El encantador de la concurrencia

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VICTORIA M. NIÑO | VALLADOLID

El paisaje orquestal resulta una prueba de agudeza visual para el espectador curioso que busca el origen de cada sonido.


Tras la cuerda gregaria y evidente habita, discreto, el viento-madera. Desde allí dibuja Sebastián Gimeno eses y círculos con su oboe en cada solo. Como un encantador de serpientes, en seguida atrapa las miradas del público. «Intento que el movimiento físico acompañe la música y moverme dentro de la corrección. Es difícil no traspasar la línea que divide lo feo de lo bonito, lo útil de lo inútil». Formado en Gran Bretaña, allí tendría que domeñar su baile, «se prefiere una postura más estática, ellos son así». Sin embargo él prefiere «cierta libertad de movimiento, porque cuando soy espectador me fijo en los últimos atriles que suelen moverse un poco y me parece más bonito».

El otro indicador visual de que suena el oboe de Gimeno es su incandescencia. «‘Qué feo te pones tocando’, me decía mi madre». La mueca en otros instrumentistas, en los de viento tiene una razón física. «El oboe necesita mucha presión para que entre aire por una boquilla estrecha, lo opuesto a la tuba que necesita más aire con menos fuerza porque tiene una gran boquilla. Esa presión en la cabeza provoca que me ponga rojo», se disculpa el encantador de la concurrencia.

Gimeno nació en Manises hace cuatro décadas. Tuvo un abuelo violinista que no llegó a conocer, pero fueron la ‘espinita musical’ de su padre y la melomanía de su madre los antecedentes de su vocación. «Hicieron la escuela municipal de música delante de nuestra casa. Mi madre nos apuntó a los dos hermanos con ella. Éramos todo críos y una señora de 40 años. Cuando nos tomaban la lección de canto, mi madre enrojecía». Y como buen valenciano entró en la Sociedad Musical L’Artistic Manisense. «Me propusieron el oboe, me iba bien y acepté». De allí, al conservatorio de Valencia «hasta que acabé».

Para cuando le tocaba hacer la mili, 19 añitos, le ofrecieron una plaza en el conservatorio de Liria. «Decidí no decirlo al pasar el tribunal. Tenía solo cuatro alumnos. Estaba destacado como bombero en el aeropuerto militar de Manises». Seguía estudiando, daba clases y cumplía con la patria, hasta que un arresto le descuadró el puzzle. «Tuve que llamar a la directora y decírselo. Se enfadó muchísimo».

Lo que le cambió la perspectiva musical y vital fue la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE). «Yo estaba acostumbrado a tocar en la banda y me gustaba. Pero en el primer ensayo de ‘Don Juan’, de Strauss, se me pusieron los pelos de punta. Una obra tan romántica me produjo una sensación tan bestial que me hizo replantearme todo. No quería pasar la vida entre cuatro paredes dando clase, quería tocar en una orquesta». Allí también conoció a muchos otros jóvenes españoles que estaban estudiando fuera, así que «decidí que quería seguir estudiando y buscando apasionadamente el camino a la orquesta».

Timbres que cambian la vida

Lo que para sus amigos era una locura, dejar el trabajo fijo, la plaza de Liria, fue mejor comprendido por sus padres con un animoso «venga Sebas». «Siempre me apoyaron, en cuanto vieron cómo me cambiaba la cara cuando hablaba de la orquesta. Tuve mucha suerte, recibí becas del ministerio, de la comunidad, de la escuela de Londres, allí donde iba me daban». Precisamente en las clases de la JONDEconoció a una profesora distinta, «había sido oboísta de la St. Martin in the Fields y enseñaba en la Royal Academy. Como el mundo es un pañuelo, luego resultó ser la suegra de Jaime Martín(actual director principal invitado de la OSCyL)». Hizo las pruebas para la Royal Academy y fue admitido. Allí pasó cuatro cursos.

«El sistema inglés es distinto, está muy orientado hacia la práctica orquestal. La escuela alemana es más monocolor, tiene un sonido muy bonito, con mucho vibrato, pero no me atraía». Desde Londres hizo un año de intercambio con Ginebra, a donde volvería con su título a estudiar otros dos años. «Ginebra era más pequeña, más cómoda que Londres. Se vive muy bien en Suiza, pero tienen un férreo control sobre los inmigrantes hasta el punto de que a algún compañero le fue a buscar la policía al día siguiente de terminar el curso».

Entre la JONDEy la Mahler Orchestra ya conocía a algunos de los que luego fueron compañeros en la OSCyL, Ximo, Jordi, Iván, Montse, Asensi. «Estuve seis años fuera, quizá nuestra generación fue la que terminó de abrir el camino de los músicos españoles en Europa. En la Joven Orquesta Europea (EUYO) éramos entre 15 y 20 españoles, la tercera ‘potencia’ tras Alemania y Gran Bretaña, por encima de Francia o Italia. Perdimos los complejos».

Entre los bolos internacionales, le salieron dos programas en el Liceo de Barcelona. «Al final estuve un año alternando con otro solista». Conoció a Marius, solista de los chelos en la Orquesta de Cadaqués y le animó a presentarse a la prueba de la OSCyL. En 2005 entró. «Estuvo bien tener contacto con tantos músicos de aquí antes de venir, pero no me convencieron los amigos, sino el sonido de la orquesta. Una vez sentado en la silla, aquello sonaba muy bien».

Cuando dice que la orquesta le cambió la vida, que sus colores le atraparon, el sinfonismo adquiere categoría absoluta. Marido de flautista, a su esposa también la conoció en una. «Es como un chiste. Están un español y una inglesa tocando en una orquesta italiana en Tokio...». Pero ni flauta ni oboe, el instrumento preferido de su hijo pequeño es el del tío, con el que Sebastián toca cuando va a Manises, la trompa.

Sebastián es profesor de oboe en el Superior de Salamanca. «La docencia me ayuda a saber explicar las cosas, a buscar formas para que la gente me entienda. Cuando tienes alumnos con interés, cuando ves cómo evolucionan y crecen, eso no tiene precio. Sientes que has puesto tu grano de arena para que la vida de la siguiente generación sea un poco más fácil».

A aquel Strauss le han sucedido muchos compositores hasta tener concierto propio, que estrenó la temporada pasada. «Lo tengo guardado en la memoria, por la experiencia con Jesús Legido y porque no todos los días le componen a uno un concierto». Fuera de su género, le gusta el flamenco. «Mercé es mi ídolo, me gusta su voz rota, me hice la foto con él cuando vino». No echa de menos el mar ni la playa, «soy más de frío». Cuando no está «haciendo el pato» con su oboe de ébano, le gusta «probar un poco de todo y mucho de nada». Gimeno recoge las eses, ha sido demasiado rato solista y quiere volver a la discreta posición de su silla, tras los chelos.

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